La evaluación cumple funciones diversas en correspondencia con los niveles de desarrollo de las concepciones educacionales y las teorías pedagógicas que le sirven de base. Quizás la función más declarada y recurrida, sobre todo hasta la década del 60 del siglo XX, ha sido la evaluación didáctica dirigida a la comprobación de los resultados del aprendizaje, en correspondencia con el predominio del conductismo y la naturaleza de las demandas sociales, de entonces, sobre la educación. Las limitaciones de esta concepción hicieron posible un enriquecimiento teórico y reformas prácticas que condujeron a concebir la evaluación como un proceso y no como algo restringido a resultados. En consecuencia, sus funciones se ampliaron e integraron, en relación con las implicaciones epistemológicas, ideológicas, sociales y axiológicas en la educación.
Del análisis de la literatura en torno a la evaluación educativa, emerge que se han formulado tantas definiciones como teorías y estudiosos han incursionado en ello. Algunas son compatibles, otras con matices esenciales diferentes y otras eclécticas o aglutinadoras. Estas diferencias obedecen a posiciones filosóficas, epistemológicas y metodológicas que han imperado en uno u otro momento del devenir histórico propio del ámbito educativo, tanto en su teoría como en su praxis; por lo que constituyen hitos en su construcción cultural analizando su evolución conceptual, sobre la base de las relaciones cualitativas de la educación.